Un guión de Corredores de Ideas.
Táliga fue durante un tiempo reino de Portugal y templaria. También fue tierra de nadie. Y terminó siendo extemeña en 1801.
En sus calles de aire alentejano se fraguó la historia de la Tía Cabalganta.
De la Tía Cabalganta no conocemos el nombre real, pero sabemos que era vecina de Táliga, y también sabemos que era hermosa. Muy hermosa.
Durante su juventud un forastero la engañó, mientras se desarrollaban las fiestas patronales de la localidad, abandonándola tras muchas promesas. Desde entonces fue muy mal mirada por el resto del pueblo, cambiando su carácter, modales y forma de ser, llegando a ser temida y aborrecida por sus convecinos.
Por todo ello, la Tía Cabalganta, decidió abandonar el pueblo y establecerse en un molino abandonado, junto a la rivera de Táliga del que todavía se conservan algunos restos. Allí buscó una nueva vida, aislada del resto del mundo, pero adquiriendo un carácter cada vez más hostil. Según cuentan los pastores, ganaderos y habitantes de cortijos, solían verla recogiendo productos del campo para calmar el hambre. También afirmaban que era frecuente verla frente al molino con un gran caldero, a la luz de la luna llena, haciendo conjuntos y pócimas.
Esta mujer fue acrecentando su odio hacia los forasteros. Parece ser que habilitó una de las habitaciones del molino, ubicado en el camino que va de Higuera de Vargas a Barcarrota, para recoger a viajantes. Muchos fueron los que sucumbieron a su atracción, pernoctando en el molino, pero ninguno, según la leyenda, salió con vida de aquel lugar.
Antes del alba, la Tía Cabalganta los degollaba, parece ser que el número ascendió hasta quince, y luego los enterraba en un huerto cercano.
Los taligueños vivieron durante mucho tiempo asustados, pero nadie denunció este hecho, sin duda por temor a la que creían una bruja.
La Tía Cabalganta desapareció una noche de mucha lluvia y relámpagos. Para algunos, un rayo la calcinó; para otros, la crecida de la rivera la sumergió y ahogó.
Tiempo después, algún que otro vecino que se dirigía a su trabajo afirmó haber visto junto al huerto donde enterraba a sus víctimas, a una mujer esbelta y hermosa, con sus ropas hechas jirones, huyendo entre los matorrales perseguida por los espectros de unos cuerpos degollados.
Fuente: Museo González Santana.