Un reportaje de Corredores de Ideas


Un rey de León, Alfonso IX, tomó la ciudad de Cáceres tal día como un San Jorge de antaño pasado por sangre y duelo.

Hoy, Alfonso IX da nombre a un hotel. Justo al lado de la Plaza Mayor, en la que donde todos los 23 de abril se celebra la batalla del santo contra un dragón gigante. Y siempre gana, claro.

Del antiguo Reino de León llegó a nuestras vidas, Juan José Alfonso Pinto.

Y anduvo entre nosotros con sus tres días y sus noches. Y se alojó en el Hotel Alfonso IX.

Y claro que conquistó. Le recibimos en Cáceres y al poco tomó Trujillo. Y fue el rey de la Feria Nacional del Queso. Ya no hicieron falta la sangre y el duelo.

Fueron días de vino y quesos. Muchos quesos.

Y, sobre todo, de mucha alegría y mucha algarabía. Y de todos los abrazos y las fotos.

A Juan José Alfonso Pinto todos le conocen como José Pinto, el hombre que hablaba a las vacas.

En la vida cercana es ganadero. Pero también mantiene una savia catódica. Juan José Alfonso Pinto es castellano y leonés y salmantino de Casillas de Flores.

Y allí atiende su hacienda y cuida de sus vacas, a tiempo completo. Y ellas le reverencian cuando se les acerca, en silencio. Y parece que les exhala su espíritu de sabiduría, mientras ellas permanecen inmóviles, y parece que les regalara el halo de ciencia silenciosa y tranquila del volcán de sus ideas.

Porque José Pinto es un sabio de nuestro siglo. Y aunque a veces pareciera que pertenece a otro tiempo, a Pinto le puedes ver en televisión todas las tardes, y en ella se mueve como por su casa.

Le descubrimos en el Saber y Ganar de TVE2, ese programa en el que nos dejó embelesados.

Luego se lo llevaron a un foro más extensivo. A Antena 3 con Los Lobos y sus bombas. Y allí permanece después de más de doscientas programas, una hazaña casi de libro. A la búsqueda de su Arca de la Alianza mágica, del Bote.

Pero a pesar de sus visitas diarias de tele a los salones de nuestras casas, a José Pinto parece que no le afecta el vértigo de la fama. Él sigue siendo un ganadero sabio y un excelente conversador. Y le siguen gustando los ratos con su peña en las fiestas de los pueblos de la comarca, y si hay que disfrazarse en Ciudad Rodrigo cuando el Carnaval, por allí le verás y por sus empinadas calles puedes preguntar por él. Para todos tiene un saludo entrañable.

Y nos confiesa que cuando puede, atraviesa la raya invisible de nuestras marcas del norte y se acerca a Hoyos, a por buenos quesos, y a Moraleja y a donde haga falta para que los alumnos de los institutos escuchen sus enseñanzas de esas que no se escriben en los libros. De las de la vida.

Una tarde, en el prado, fuimos testigos de cómo hipnotiza al ganado que atiende y reconforta. Bueno, vaca, bonito, bueno. Como un sacerdote pagano, como un chamán de las campiñas, repitiendo como en mantra las palabras que les susurra por lo bajini. Al oído. Bueno, vaca, bonito, bueno.

Y es que José Pinto nos hechiza como aquellos maestros de escuela que tantos recuerdos nos dejaron, como aquel Helénides de Salamina que un día llegó al Casar, recién venido de un pueblecito de Salamanca, en el Reino de León, y que enseñó a sus niños a vestir con túnica, a escribir en hexámetros y a sentarse en triclinio. Al Casar, sí, donde los quesos que triunfaron en Trujillo. Mientras José Pinto disfrutaba de ellos, y nosotros de él.

[En la plaza de los quesos]



[Los reportajes]

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[Otras incertidumbres]

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Oeste. Mayo9. Tres. 2018.