Un reportaje de Cantarrana



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Si lo dice la Wikipedia va a misa o no. En realización cinematográfica, la noche americana es una técnica utilizada para simular una ambientación nocturna en una escena rodada a la luz del día.

Consiste en filmar escenas durante el día utilizando un filtro en cámara, de color azul si se filma en color, o bien de color rojo si se utiliza película en blanco y negro, y subexponiendo la imagen, a modo de conseguir una imagen oscurecida y azulina, en su caso. De esta forma, se simula la noche y la luz de la luna. Mientras se filma con esta técnica, se evita sacar el cielo y se tiene especial cuidado en las sombras para no perder realismo.

Esta técnica fue muy usual durante largas décadas del cine. Más recientemente se ha ido abandonando, debido a que se dispone de material fotográfico mucho más sensible, que permite filmar en condiciones de poca luz. Con ello se consigue un efecto más real, ya que en la noche americana el espectador se da cuenta fácilmente de la técnica utilizada, debido a que los objetos proyectan fuertes sombras, lo cual ocurre de noche en muy poco o ningún grado.

La noche americana es una película francesa de 1973, dirigida y protagonizada por François Truffaut, junto a Jacqueline Bisset y Jean-Pierre Léaud.

La historia narra las tribulaciones de un director de cine durante el rodaje de una película. En un estudio de cine en Niza, se prepara el rodaje de la película Je Vous Présente Paméla, un melodrama lleno de lugares comunes.

Entrelazadas en el guion van apareciendo situaciones reales de la vida de los actores y del equipo técnico, con sus conflictos personales.

Se muestra a través de escenas entre el personal técnico y el director Ferrand (François Truffaut), que trabajan intensamente para lograr entregar la película terminada en el tiempo estipulado.

En la noche americana los objetos proyectan fuertes sombras, lo cual ocurre de noche en muy poco o ningún grado. Lo que se ve, lo que se imagina, es mentira. O es una falsa ilusión.

Western. Surf. Ennio Morricone. El bueno, el feo y el malo. Beach. California. Horizontes lejanos. Duelo en Ok Corral. El hombre que mató a Liberty Valance. Centauros del desierto. Grupo Salvaje. William Holden. Eli Wallach.

Armónicas bajo el porche de Scarlett O'Hara. Slide guitar en los desiertos de Nevada. Una botella de Wisky, o dos. Maldita ciudad polvorienta. El pistolero ha llegado. Club de jazz. Misisippi Blues. Banjos colgados sobre la barra del Saloon. Desfiladeros.

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Rui Díaz viene de Badajoz, del Guadiana. No del Misisipi. Las apariencias engañan. Los Heraldos Negros cuenta una historia de perdedores. De amor y de huída continua. Un guión para una película o para un disco conceptual. El disco contiene 13 temas, pero en el fondo son 13 formas, 13 capítulos de la historia de Ray y su amor.

Sí, un disco conceptual, como esos que en los años 70 estaban tan de moda. The Kinks, Camel, Genesis, Pink Floyd (El Muro) o King Crimson.

Camel cuenta en su Nude (1981), la historia del soldado japonés Hiroo Onoda, que se mantuvo oculto durante varios años después de acabada la Segunda Guerra Mundial, sin saber que ésta ya había acabado.

Como dice el autor, Ray se ve obligado a matar para hacerse un hombre y poder sobrevivir en su mundo, un mundo rodeado de sangre donde la inocencia sólo nace para poder morir. Cine negro, casi, si me apuras.

En La Banda Imposible no conviene olvidar que aparece el bajo de Adolfo Campini, que también sonó en Superbólido y, sobre todo, en The Wish, un pequeño gran icono de las bandas pacenses.

Un gran disco para consumir sin aspavientos, un sábado por la tarde. Para dejarte llevar por la secuencia vital de Ray.

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Hablando de la vuelta a casa. Y así, empezando de manera suave, bajito. Luego vendrá el cabreo.

Quien firma este fantástico tema no se llama Peter, Bob o Billy. Ni viene de ningún estado sureño. Ni le imaginamos viviendo en caravana con porche portátil. Se llama Pepe. Pepe Peña. Viene también de Badajoz, y se hace acompañar por The Garden Band.

Home pertenece a su demo.

Pero en este 2017 publica un impactante disco. The road, the growth, the uncertain. Algo así como el camino, crecer, lo incierto.

Mucho banjo. Mucho Road. Como ya narraba Jack Kerouac. De esos viajes interiores. Mucha Ruta 66. Las apariencias siguen engañando. La nuestra es la A-66. Que es un poco más antigua. Tanto que los romanos ya la usaban.

Contiene delicias como Waiting, el segundo corte. No conviene olvidar que detrás de este disco hay un gran ingeniero de sonido. Marcos Liviano, de Don Benito. Y que en el bajo aparece Juanjo Villalobos, al que ya nos encontramos en Tubarâo, un proyecto pacense algo más metalero pero igual de interesante.

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Y ahora nos metemos en el cobertizo. Que parece que, al menos, se está más fresquito. Hemos de aparejar los caballos.

Así, al caer de la tarde, nos echamos unos bailes al ritmo de los banjos y las armónicas.

Quien canta es Daniel. Pero no Daniel Boone, el aventurero y el colonizador. De aquellos pioneros de los primeros asentamientos ingleses en Kentucky. Ni tampoco el Daniel Boone que luego se hizo en serie de televisión y que supuso un bombazo entre los jóvenes de los años 70. Acuérdate también de David Crocket.

Pero no, quien interpreta este tema se hace llamar Daniel Catarino. Nació al ladito de Évora, donde tiene casa, estudio y vida.

Es el enfant terrible de la música eborense. Se le puede seguir en multitud de proyectos musicales, a cada cual más emocionantes. Bicho do Mato, Uaninanuei, O Rijo, Seven Thousand, Cajado...o simplemente con sus proyectos en solitario, Long Desert Cowboy, Landfill, Oceansea, o, básicamente, Daniel Catarino.

En 2015 publica su disco SONGS FROM THE SHED. Las canciones del cobertizo. Aire americano desde el otro lado de la Raia. Ya se sabe que las apariencias engañan.

Pero no queda ahí la cosa, porque después ha venido PANORAMA DE UMA VIDA ANORMAL, otra maravilla de disco donde hasta puedes encontrar psicodelia pura.

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Y ahora te invitamos a cruzar el Río Grande, o el Río Bravo. Al otro lado la frontera. Al país del tequila y las cantinas.

No, no se llama Lupita quien entona esta tonada. Se llama Esther Méndez y viene de la Vera. De Jaraíz. Firma como Bambikina, y se ha baqueteado en los garitos de Madrid.

Sacó primero Caravana. Luego vino Referencias, y de aquí salió este Escorpiones de tequila. Era 2016. Y era, es, una historia de unos mariachis que caen en una emboscada de la que regresarán sus espíritus buscando venganza. Estética mexicana.

Bambikina ha sido un soplo de aire fresco en el panorama musical actual. Es una cantautora sí, pero sus fuentes son Neil Young o The Beatles, de quienes ha tomado el sobrenombre con el que firma.

El Bambi Kino era el cine donde los de Liverpool se escondían para pernoctar durante su estancia en Hamburgo. Apenas eran conocidos. Y andaban un poco escasos. Un poquito tiesos.

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Y helado se nos quedó el corazón cuando escuchamos por primera vez esta delicia. No fue sencillo llegar. Sin besos bajo el vendaval. Sin miedo bajo el vendaval.

Firma como Prexton, pero se llama Eduardo Casero. Viene de Cáceres, pasando por tierras gallegas. Y lo suyo es puro, purísimo, folk rock. A la americana. De su disco 42 salió este vendaval maravilloso.

También le puedes escuchar cantar en inglés. Habrá que seguir su trayectoria. Aunque le hemos podido ver en grandes escenarios y ante miles de personas, su ámbito natural, su ecosistema emocional, parece que es más íntimo. Te lo puedes imaginar en esos garitos de carretera en el Medio Oeste. Lleno de perdedores y gente de la mala vida y corazones rotos, y en silencio. Al fondo, el desierto. O al menos eso es lo que nos han enseñado en las pelis.

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En los telediarios hace no muchos años, apenas tres, cuatro, cinco como mucho, si estabas en Lisboa o en Évora o en Castelo Branco se solía escuchar una palabra maldita. Troika.

La Troika dice que viene para ayudar, y Flávio Torres viene de tierras cercanas a la nieve. De Covilhâ. Cerca de la Serra da Estrela.

Lleva ya muchos años ejerciendo de cantautor mostrando su lado irónico y canalla al ritmo de guitarras acústicas de modelos canadienses, guimbardas, slide guitar y bombos de la Beira.

Sus referencias musicales no se cierran en banda. Por lo que es muy fácil disfrutar de sus canciones. Nunca se queda tan sólo en la esquina de la crítica social. Te puede llevar a los bosques silbando una canción mientras buscas un lugar para montar el picnic.

Flávio Torres es, en resumen, un americano en Covilhâ.

[La Noche en la radio]




[Sobre América en un bolsillo]

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Oeste. Julio. Dieciocho. 2017