Un reportaje de Corredores de Ideas



Capilla Bizantina de la Soledad [Badajoz] • Santa Lucía del Trampal [Sierra del Centinela] • Fresco de los Ángeles [Pueblonuevo del Guadiana] • Ermita de Santa Olalla [Cáceres] • Pousada D. Joâo IV / Convento das Chagas de Cristo [Vila Viçosa] •

El Camino de Perfección toma inicio en las colinas que rodean Cáceres. En uno de sus alcores, y junto al antiguo poblado minero, el viajero puede encontrarse con la Ermita de Santa Lucía.

Para llegar a ella es bueno que esperes a mayo, al segundo domingo de mes, al amanecer, antes de que lleguen los romeros.

Ir a Santa Lucía otro día se hace complicado. Los actuales propietarios andan en pleitos con los vecinos de Aldea Moret. Los primeros pretenden restringir el uso de la ermita y sus horizontes cercanos, los segundos se afanan en demostrar con legajos de por medio que a esta ermita viajó la devoción desde 1654.

Santa Lucía conforma junto a Santa Olalla, San Benito y Santa Ana un paisaje cenobial que abraza a la ciudad de Cáceres, que florecen en las puertas de la ciudad, en las lomas que la circundan y que esconden bajo sus cimientos tiempos de oropeles visigóticos.

El día de los romeros, puedes encontrar la ermita abierta, iluminada, embellecida.

El silencio de esas primeras horas tan sólo se rompe con los trabajos de los voluntarios del barrio minero, una hermandad obrera que poco a poco está consiguiendo que su romería y su ermita sean de dominio público, de voluntad popular.

El horizonte ondulado dibuja al fondo las chimeneas y las torretas de las antiguas minas, la curva pronunciada de las vías del tren, las praderas verdes de la primavera lluviosa que se van llenando de colores mientras el sol avanza hacia las horas centrales del día.

A la hora del ángelus la ermita ya se ha llenado de romeros. Besaojos, rifas y procesión de la imagen de la santa por los alrededores de la ermita.

Un buen día de campo. Luego volverá el silencio.

A la Ermita de San Jorge acércate al atardecer, después de las lluvias. Convence a los propietarios para que te dejen llegar a ella y podrás ver su nave sumergida bajo el agua. Siéntate junto a sus paredes. Poco a poco un ejército de vacas se acercará a beber. No las ahuyentes. Forman parte del paisaje. Accede a la parte alta del coro y todavía podrás contemplar escenas pintadas en sus muros. Insólito.

No has de preocuparte. La Torre de los Mogollones te protege. Si tienes suerte la luna irá asomándose en el horizonte, por donde el Salor. Y si permaneces un rato más, verás su silueta reflejada en el agua. Ya las vacas se habrán ido a pasar la noche.


El Trampal es un viaje al centro del mundo. El fenómeno sublime de Santa Lucía es todo un catálogo donde el arte, la arqueología, la naturaleza y el silencio se dan la mano en exquisita armonía.

Levantada junto a la Vía de la Plata, en Alcuéscar, a medio camino de todo sitio, en el centro de Extremadura, la ermita del Trampal pasó a formar parte de la agenda inexcusable a principios de los 80, cuando Juan Rosco y Luisa Téllez, recorriendo la Sierra Centinela a lomos de una vieja bultaco, intuyeron unas antiguas paredes tras la maleza medio salvaje de la montaña.

Construida en un entorno envidiable, un vergel, un microclima en la falda de la sierra, rodeada de agua, de viejos molinos y de naranjas, la ermita ha protagonizado alguna que otra polémica entre la comunidad científica.

Desde el primer momento todos pensamos en Santa Lucía como una construcción de época visigoda, de origen monástico, en la que el visitante puede observar en sus bases históricas y constructivas rastros de antiguas culturas prerromanas, de lugares sagrados dedicados a diosas indígenas como Ataecina, o la advocación a la Perséfone romana, a Proserpina.

Luego vinieron otras teorías. En todo caso muchos nos quedamos, aunque sea por puro romanticismo, con el misterio visigodo que envuelve a este enclave tan singular. Con rigor histórico o sin él, nos da igual, y es que el Trampal produce una extraña atracción, casi atávica, un lugar de poder, porque es como un reino de la serenidad, un canto a los ciclos de la naturaleza que simbolizaban las antiguas diosas que reinaban en la sierra.

Para acceder a la ermita basta con llegar a la plaza de Alcuéscar, y tomar una de las calles que de ella parten en dirección a poniente. En pocos minutos, y por un camino asfaltado, uno se topa, detrás de una curva, con el centro de interpretación. Algunos metros más adelante asoma el fantasma de piedra de las tres torres que son los tres ábsides de la vieja construcción. En el interior, un juego de luces y sombras nos devuelve al oropel de los ritos arcanos. El fondo musical lo interpretan los pájaros y el agua de los molinos cercanos. Un viaje al centro del mundo. Viajero, las apariencias, a menudo, engañan.

De Benquerencia conocemos su hermoso nombre que nos habla de amores. Y sabemos que es uno de esos pueblos que jalonan la meseta central, que se encamina lentamente a las montañas de Montánchez.

Y nos parece que Benquerencia ya no da más. Bueno sí, una casa en ruinas de talante decimonónico a la entrada del pueblo.

Pero no te fíes. Entra en él. Atraviésalo. Llega hasta sus últimas calles. Y cuando las calles acaben verás un pequeño edificio que no te llamará la atención. Es una ermita. La identificarás por la cruz que preside la fachada. Pide la llave a la sacristana. Vive tres casas al lado. Entra en ella. De lo que vas a ver en su interior nada te vamos a contar. Sólo te diremos que tardarás mucho, mucho tiempo en olvidarlo.

El Fresco de los Ángeles es, sin duda, una parada inesperada en este camino de perfección.

Para llegar a donde los ángeles hay que atravesar las vegas bajas del Guadiana, adentrarse en las tierras de la colonización, de la conquista del Far Wext, y en la iglesia de Pueblonuevo el viajero asistirá a un encuentro insólito con el arte contemporáneo.

Dicen que fue un pintor español, Manuel Rivera, fundador del grupo El Paso, el autor de este fresco que sorprende al visitante. Un fresco donde el color embriaga, la mirada languidece, y la escena transporta a mundos etéreos. A esos mundos simbolistas donde otra virgen, la pagana Ofelia, flotaba arropada por pétalos de flores y perfumes de oriente.

Espera que termine la misa de domingo. Quédate sólo. Y a través de las ventanas de la iglesia llegarán los cantos de las golondrinas y los vencejos que revolotean junto a la torre, y podrás ver cómo los ángeles emprenden el vuelo

Sin palabras. Cuando el viajero se aparta del camino que le lleva a la Jayona y se adentra en el pequeño valle donde se levanta la Ermita del Ara está cumpliendo el último de los tres deseos del mago.

Marvâo, Santa Lucía del Trampal y la Ermita del Ara conforman un lujurioso tríptico del arrebato.

No resulta fácil describir con palabras la belleza que esconde este santuario lusitano. Hay que atravesar la puerta y sumergirse en un universo de color, en una borrachera.

El fantasma de Ludwig, el rey Luis II de Baviera, sale a pasear por la Plaza de la Soledad cuando cae la noche.

En la Ermita de la Soledad, en el centro histórico de Badajoz, se encuentra esta capilla que el viajero no espera.

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. Oeste. 2010/2018