Un reportaje de Cantarrana



[01]
A los ojos del imperio, Hornachos siempre tuvo fama de estar habitado por moriscos fanáticos.

Y dicen que acuñaban su propia moneda y que se dedicaban a asaltar caminos y que envenenaban las fuentes de los cristianos.

Al parecer la monarquía les había vendido el derecho a portar armas.

Eran arrieros laboriosos, pero en el año del señor de 1610 fueron, bajo decreto, expulsados de nuestras tierras, de nuestros campos.

Cuentan que tres mil hornacheros se dirigieron al mar. Y llegaron a la desembocadura del Bu Regreb, el río que separaba las ciudades de Rabat y Salé, en lo que hoy es el Reino de Marruecos.

En 1627 Rabat y Salé se convierten en una república independiente, a la que llamaron República de las Dos Orillas, y que gobernaban nuestros moriscos ya convertidos en corsarios. O al menos eso cuentan.

Pero antes de abandonar Hornachos dejaron sus huellas en la Sierra Grande, en sus huertos, en sus aguas, en sus fuentes, en sus historias de amor.

Y en su Salto de la Moza que nos descubría un día nuestro amigo Diego. El peñón que cuenta cómo una cristiana se enamoró de un joven morisco, y cómo su padre fue a buscar al joven y cómo ella al enterarse y encontrarlos a los dos sobre el risco corrió hacia su amante como queriendo protegerle, con tan mala suerte que cayó al vacío.

Pero cuentan que alguien, una fuerza divina quizás, una mano sin nombre, la protegió y la sujetó y cayó como una leve pluma sin sufrir daño alguno.

Esa fuerza la salvó de morir de amor.



[02]
Muchos años después los Rodríguez Ponce, de Hornachos de toda la vida, abandonaron también los paisajes de la Sierra Grande y el río Matachel, el mismo río en el que el 6 de diciembre de 1989 dos jóvenes perdían la vida ahogados tras ser perseguidos por lo civiles. Dicen que iban a cazar conejos, y dicen que no murieron por amor, que murieron por necesidad.

Y también por buscar un futuro imperfecto los Rodríguez Ponce, de Hornachos de toda la vida, se acercaron al mar, a las orillas de otro río.

El río Matachel, al otro lado del mar, durante un tiempo, fueron aguas del Bu-Regreb, y luego fueron aguas del Llobregat, al otro lado del Ebro.

Y allí bajo los puentes del Llobregat nació David Rodríguez Ponce.

No muy lejos de los barcos. Recuerda que Hornachos está presidido en lo alto de las crestas de sus montañas por un castillo fortaleza que evoca la forma de un barco, y recuerda también, que al llegar a Hornachos te sorprende una construcción singular, extravagante, un edificio que han estudiado arquitectos, y que la llaman la Casa – Barco.

Cuando la visitamos era un bar. Hoy no lo sabemos.



[03]
Y es que bajo la Sierra Grande se desplaza una corriente subterránea que conecta Hornachos con las vanguardias indies peninsulares.

David Rodríguez ha pasado temporadas en Hornachos, con sus padres, cuando pequeño, quizás. En las bodas, quizás.

David Rodríguez nació en Sant Feliu de Llobregat y a finales del pasado siglo fue miembro de Bach Is Dead, de los Beef y del gran proyecto de dúo que se llamó Telefilme. Con Tito Pintado, el de Penélope Trip.

Pero David Rodríguez hoy viene a nuestro Cantarrana Club para contar cómo morir de amor.

Y es que por amor al amor y por amor a la música David Rodríguez se alió con una joven a la que llaman Ana Fernández-Villaverde, a la que llamamos La Bien Querida.

Nos cuentan que es algo tímida y algo esquiva. O algo esquiva por ser tímida. Vaya usté a saber. En 2011 en la Fiesta de Ana, ya parece que se coló David. Y desde entonces no ha salido de su vida.

Y en 2015, que es en el fondo a dónde queremos llegar, aparece Premeditación, Nocturnidad y Alevosía. Son 12 canciones en 3 EP’s, con pinturas y mucho arte conceptual por detrás.

Muero de amor pertenece al tercero de la serie, y la mano de David Rodríguez se ve, se detecta, se rastrea en cada surco de este tema.

Más miedo a la locura que a la propia muerte.

Ecos de la música italiana con esos arreglos de cuerdas, de percusiones a lo OMD, y por qué nos evoca tanto a los Battiato, a los Claudio Baglioni, a los Tozzi, al Gianni Bella del amor ya no se muere?

¿Y por qué nos emocionan tanto las imágenes que acompañan la canción en forma de vídeo clip?

Los bailes para jubilados enternecedores a ritmo de vals que parecen haber salido del antiguo Salón de Bailes del que hoy es el plenario de la Diputación de Badajoz, o el delicioso paisaje de la memoria del salón que se esconde en Montemor-o-Novo, en la Sociedade Círculo Pedrista, en el que un día nos colamos por todo el morro. Como hizo David Rodríguez en la Fiesta de Ana.

Y las escenas turbadoras. Léelo como quieras. Este tema puede contener varias lecturas, sobre todo el clip que lo adorna de manera tan sublime. Madres con escopetas a punto de disparar o después de hacerlo. Morir de amor. Y los niños. Muchos niños, claro. Los que acompañan al borde del abismo a la protagonista. Lo que sucederá después queda abierto a la imaginación de cada uno.

Pero no dudes que ya en Hornachos, hace muchos muchos años, una joven subió a un risco buscando a su amado, y cuando le vio con su padre, pensó en lo peor. Y se lanzó hasta él, y con tanta mala suerte cayó al vacío.

¿Le habrá contado alguien a David, en la mesa camilla de San Feliu, en sus viajes de verano adolescente por la Sierra Grande, en las bodas familiares, esta historia que está incrustada desde siglos en la memoria colectiva de Hornachos? Aceptamos apuestas.



[La Casa - Barco]



[La Muerte en la radio]




• • • Especial David Rodríguez

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Oeste. Octubre. Diez. 2017