La noche del gato
Indios debajo del sombrero


Imágenes de Cantarrana para el Correo del Oeste.



En el año 75 se publicó Year of the cat. El año del gato.

El escocés Al Stewart compuso un tema inolvidable. En el que contó con la producción del ínclito Alan Parsons.

Una historia que aunó el mundo del cine, Casablanca, con el de la astrología vietnamita, en la que, curiosamente, transcurría ese año del gato. Ese 75.

En Badajoz, en el Chat Noir, el pasado 28 de enero del 22, se celebraba la noche del gato.

Yosu, el vengador sónico, controlaba el sonido. Y eso ofrece garantías.

Toni Barrado y compañeros han presentado una excelente programación para los primeros meses del año.

Con la presencia de muchos artistas y músicos extremeños. Y eso es de agradecer. Una sala de conciertos para la noche. Una taberna, para el sol.

Parabéns.

[Los Redam]



La noche del gato comenzaba con Sergio Redam.

Bueno, mejor dicho, con Los Redam. Para no meter la pata, que luego se nos enfadan Iván Clemente y Adrián Barrado.

Tiene dos discos nuevos para ofrecer. Desastre a las 23.32 y Ambedo.

Su lado más acústico y la cara algo más eléctrica.

Sobre sus canciones, ya le hemos dedicado muchos minutos en Cantarrana. Porque son, ambos, trabajos excelentes. Y ambos, nos tienen encandilados.

Adrián Barrado, a la guitarra, Iván Clemente , a la batería y al cajón, y el propio Sergio a la guitara y la voz,  conforman Los Redam.

Y los tres propusieron un recorrido por buena parte de los temas de los dos discos. El setlist lo tienes justo aquí debajo. Aunque lo suyo sería que escucharas las canciones.

Ya están en las plataformas. Y verás que puede sorprenderte la honestidad que desprenden estas baladas y tonadillas chinatas. A veces, poesía descarnada. A veces, lirismo, inspiración y belleza y entusiasmo. Dulzura. Dicen las malas lenguas que Sergio es un buen tipo. Y así se refleja sobre el escenario.

Claro que la sorpresa, en este concierto, fue la presencia de María Monterroso en las segundas voces de algunos temas.

La versión de A puntino de llorar, un tema monumental en su brevedad, apenas poco más de un minuto, fue demoledora. Es posible que, por ese tema, alguien haya movido Roma con Santiago para que María Monterroso pudiera venir de Madrid a Badajoz para cantarlo con Sergio, y abandonar, por un rato, su voz en el coro de Góspel en el que anda metida. Ahí lo dejo.

No podía faltar Entre depende y quizás. Un tema que nos tiene atrapados. Y la excelente Boom Boom. Y el pequeño monstruo, y el de Nazaret. Algunos de los grandes temas de Ambedo. El concierto, vibrante, cercano, parlanchín. Era el cuarto concierto que daban Los Redam en su vida para presentar estos discos. Pero supieron defenderlo con soltura y desparpajo.

Si tenemos que expresar alguna queja, manifestar un deseo, es el mismo que solemos plantear.

Sergio, visto lo visto, tú no necesitas meter versiones entre tu repertorio. Tu propia obra se defiende por si sola.

Y sabemos que, en Cantarrana, el tema de los cover y las versiones, se sobrelleva muy mal. Ya sabes que eso es para verbenas y parrandas de feria.

Para una noche de gatos, de poesía cercana, urbana, de desamores y ternura, mejor evocar el callejón de los gatos y los espejos de Valle Inclán, por ejemplo. Mejor una orgía de nubes.

 




[Pedro Wichard]



Ya lo hemos dicho muchas veces. La voz de Pedro Wichard es privilegiada.

Le hemos seguido cantando metal, en Darksound, algo de punk con Radio Station, canciones goliardas con los Croqueburguer, rondas carnavaleras, locuciones en su radio, siempre muy breves, eso sí, y hasta canción protesta.

Si en el norte jerteño, nuestra debilidad es el gobernador del norte, en la línea de Caia, nuestro dulce quebranto histriónico es este Wichard. Pedro.

Llámalo, si quieres, un amor no correspondido. Su agenda ha de ser muy ajetreada. Pillarle por banda, cuesta su trabajo. Vamos, que es imposible.

La noche del gato seguía con ¡Qué vienen los indios!

El que será el próximo disco en solitario de Pedro Wichard.

Bien es verdad que llevamos oyendo hablar de este disco ya un tiempo. Así que tendremos que esperar.

En el Chat Noir se presentó al descubierto. Con su guitarra y su piscina municipal. La de Albacete y la de Hiroshima.

Claro que nos hubiera gustado que le acompañara al piano rojo Carbonell, que, por cierto, andaba por allí, o a la otra guitarra, alguno de sus amigos de Natacha.

Pero sus últimas irreverencias, al menos, las que hemos podido asistir, giran por sus himnos juancarlistas y sus héroes locales.

Fuere como fuere, Pedro Wichard no deja de sorprender, porque nunca sabes cómo llegar a su imaginario. Resulta algo complicado. Quizás,  por ello, te atrae hasta los caminos de la puta matemática.

No sabes cómo encauzarlo. Es un caballo salvaje de la escena. Fuera de ella, es un profesor de portugués de la secundaria templaria. Subido al escenario es fresco, impertinente, impetuoso, irónico, corrosivo, recio. Lanzador de dardos. Filibustero de la palabra. Insobornable.

Abajo, se apunta a un bombardeo y de nada huye.

Si te tragaste series en blanco y negro de los setenta, recordarás a Grizzly Adams. Barba espesa y buena mano con los osos de las montañas, y mano dura con los cachorros tramperos y trumpistas.

Claro que cuando se calza y enfunda  su gorro mapuche puede ser el espíritu de la ternura. O, si te pones, el espíritu de la colmena, por si lo haces en plan sociedad frankenstiniana.
A Pedro hay que acercarse como el que derrama el vino en el odre. A mansalva.





[Despedida y cierre]

Un buen rato de terraza con Gene y María. Un agradecimiento a Toni Barrado. Una buena conversa con Pol Palmer y David Carbonell.

Y por ese tema del azúcar, unos cuentapasos por la Plaza Alta, y la nueva pintada feminista de la calle Encarnación, y más y más pasos por las fachadas de cuando vamos desde Cáceres a la Noche en Blanco.

El Chat Noir está encajado en un circuito envidiable. A pocos metros, el imponente recuerdo de La Giralda, donde la antigua mercería.

En frente, Las Tres Campanas, donde los indios y los vaqueros con sombrero que uno trasteaba de pequeño. Sí, que vienen los indios debajo del sombrero. Recuerda. Al parecer, harán un hotel.

Y a una casa puerta, la Capilla Bizantina de la Soledad. Una dulce extravagancia. Y a la derecha, el museo. Y vuelta a La Giralda, donde colgaban las tablas exóticas y maravillosas de Antonio Juez.

Hoy, Juez, duerme en el museo con sus odaliscas y vírgenes negras. Una noche del Gato. Una noche en Blanco, en fin. O lo que es lo mismo, indios debajo del sombrero.

Acaban los conciertos, y vuelta a Cáceres, que se ha hecho muy de noche oscura y parda, como el propio gato, y hay que conducir por ese camino estrecho y lleno de camionarros raianos de San Pedro. A ver si hay suerte, y no encontramos muchos. Que me tengo que tomar la maldita pastilla del azúcar.

En el autorradio, las canciones grabadas en directo de los Croqueburguer de Pedro, nuestro particular Grizzly Adams del Guadiana, y los puntinos de llorar del chinato Sergio y su pequeño moño a lo Bale. De los brazos tatuados cual marinero de Brest, hablaremos otro día. Que se hace tarde. Y no quisiera toparme con algún ciervo en la carretera.



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Oeste. 28 de enero. 2022.