Un guión de Corredores de Ideas para Cantarrana
A primera hora de la tarde, el escenario del Gran Teatro esperaba en silencio. Era el 30 de octubre de 2020.
Tan sólo Julián y Jose de los Barraganes, y Kay con el sonido, trasteaban por las tablas del viejo coso decimonónico.
Luego, poco a poco, se fue poblando de canciones meraki, y entre todas tejieron y vistieron un delicioso tapiz de nubes paisajes. Y entre todas fueron legión.
Niño Índigo presentaba su disco más reciente.
Y sonaron las cuerdas de Elena y de Laura, los coros y mucho más de Patricia, la dama de rojo, el bajo y la batería de Rubén Rubio y Vicky, y la danza silenciosa de Myriam y su corte de pichones.
Y fueron subiendo algunos invitados.
El acordeón de Fernanda, la voz de Inma de Fônal y su vestido a rayas.
Una llamada inoportuna de la familia nos imposibilitó escuchar el piano de Chloé y la voz del rapsoda. Es lo que trae tener en casa a unos padres ya mayores y con achaques. Que hay que atenderlos y cuidarlos como se merecen.
Meraki es soberbio. Algo tiene este disco que nos encandila y nos transporta. Nos hace volar. Habitar una casa en llamas. Las páginas de una novela costumbrista. Una crónica sentimental. Amor. Meraki, que decían los griegos.
Y por supuesto que echamos de menos al gran ausente. Marcos Liviano. Nuestro batería se cabecera y sensibilidad. Pero unos asuntillos mastodónticos hicieron que no pudiera estar. Y a Carlos Ortiz, claro. Que andaba fuera en otros avarientos, como los llama mi padre.
Julio portaba un pantalón blanco. Patricia, vestido rojo.
Pero era el negro. Y el color carne de los brazos arremangaos los que ejecutaban una pequeña danza de la lengua del silencio. Y una coreografía en azabache. Un ballet introspectivo y de gestos juguetones.
Y lo firmaba Myriam Gallardo. Y era muy hermoso. Como un cortejo de palomas al borde de la escena. Eran sus manos.
Manos que se acurrucaban, que se enlazaban, y reñían, se encontraban, y se despedían, se enfrentaban y se alejaban y se volvían a arropar. Y se abrigaban. Como esperando que llegara el invierno.
Inma, vestido a rayas, manga larga y falda corta.
Y subió para cantar They won't kill my dreams, para que no maten mis sueños.
Como todo lo bello, fue efímero.
Y volvieron las manos al teatro. A esas manos con las que nos envuelven las grandes damas de la escena, con las que nos acogen las cantantes francesas que llenaban las tablas olimpias.
O que esperaban a su amante en la cubierta del barco de papel, o aguardaban a ser rescatados por el jefe de los pistoleros.
Al fondo, Springsteen entonaba Dancing in the dark, como los antiguos cantantes que cruzaban el Misisipi.
Y un poco más al fondo, en las filas de atrás, su amado Alf.
Y protegiéndonos a todos, Patricia, la dama de rojo y faro y guía del ecosistema Índigo.
Ya sabes que Julio vestía pantalón blanco y que Inma llevaba vestido a rayas, manga larga y falda escueta.
Y sabes que Patricia lucía vestido rojo.
Y es como reina capitana, y pieza fundamental, del universo Niño, y policía local en Moraleja.
Y es copilota del Coche Fantástico tonight.
Y lleva ya unos años la vera Índiga. Es Patricia Pérez.
Que soy yo.
Algún desajuste técnico, como pasa en las mejores familias.
Una especie de viajero en el tiempo.
Para un concierto emocionante.
Polvo de estrellas vagando en este universo.
Y no nos resistimos a la tentación de llevar este Meraki a un salón de baile, también decimonónico, como el teatro que hoy nos acoge.
Pero con pocas alharacas y escasas electricidades.
Estábamos en ello. La maldita pandemia nos cerró las puertas.
Lo volveremos a intentar. Por supuesto.
Que nadie lo dude.
Si es necesario, yo le pago el viaje a Isidra desde Vegaviana hasta Badajoz. O desde Moraleja, o desde Huélaga. Para que se emocione con los pizzicatos de Elena y Laura. Meraki.
• • • Proyecto Cantarrana
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Oeste. 02 de noviembre de 2020.
Pero era el negro. Y el color carne de los brazos arremangaos los que ejecutaban una pequeña danza de la lengua del silencio. Y una coreografía en azabache. Un ballet introspectivo y de gestos juguetones.
Y lo firmaba Myriam Gallardo. Y era muy hermoso. Como un cortejo de palomas al borde de la escena. Eran sus manos.
Manos que se acurrucaban, que se enlazaban, y reñían, se encontraban, y se despedían, se enfrentaban y se alejaban y se volvían a arropar. Y se abrigaban. Como esperando que llegara el invierno.
Inma, vestido a rayas, manga larga y falda corta.
Y subió para cantar They won't kill my dreams, para que no maten mis sueños.
Como todo lo bello, fue efímero.
Y volvieron las manos al teatro. A esas manos con las que nos envuelven las grandes damas de la escena, con las que nos acogen las cantantes francesas que llenaban las tablas olimpias.
O que esperaban a su amante en la cubierta del barco de papel, o aguardaban a ser rescatados por el jefe de los pistoleros.
Al fondo, Springsteen entonaba Dancing in the dark, como los antiguos cantantes que cruzaban el Misisipi.
Y un poco más al fondo, en las filas de atrás, su amado Alf.
Y protegiéndonos a todos, Patricia, la dama de rojo y faro y guía del ecosistema Índigo.
Ya sabes que Julio vestía pantalón blanco y que Inma llevaba vestido a rayas, manga larga y falda escueta.
Y sabes que Patricia lucía vestido rojo.
Y es como reina capitana, y pieza fundamental, del universo Niño, y policía local en Moraleja.
Y es copilota del Coche Fantástico tonight.
Y lleva ya unos años la vera Índiga. Es Patricia Pérez.
Que soy yo.
Algún desajuste técnico, como pasa en las mejores familias.
Una especie de viajero en el tiempo.
Para un concierto emocionante.
Polvo de estrellas vagando en este universo.
Y no nos resistimos a la tentación de llevar este Meraki a un salón de baile, también decimonónico, como el teatro que hoy nos acoge.
Pero con pocas alharacas y escasas electricidades.
Estábamos en ello. La maldita pandemia nos cerró las puertas.
Lo volveremos a intentar. Por supuesto.
Que nadie lo dude.
Si es necesario, yo le pago el viaje a Isidra desde Vegaviana hasta Badajoz. O desde Moraleja, o desde Huélaga. Para que se emocione con los pizzicatos de Elena y Laura. Meraki.
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